``A fuerza de vigilias y contracción a esta ciencia, vino a inventar una Tabla de división que reducía esta operación larga y penosa a una simple suma. [...] Arrebatado de entusiasmo con este hallazgo, comunicólo a las personas competentes y a sus amigos, creyendo que sentirían igual satisfacción. [...] En todas partes no hallaba Picarte más que desdén, indiferencia, y cuando más, compasión en algunos. De tantas diligencias, sólo consiguió al fin que todos le tuviesen por loco, y como a tal le hablaban cada vez que Picarte tocaba la idea que le traía tan preocupado.'' (Anales de la U. Chile, Tomo XV, 1859)
A mediados de los años cincuenta del siglo XIX, nos imaginamos al joven agrimensor Ramón Picarte, con una gran carpeta, golpeando a la puerta del despacho del Ministro Varas, para solicitarle ayuda financiera que le permitiera publicar su ``invención'' matemática: una tabla de división para cálculo numérico superior a las que usaba Amado Pissis en el levantamiento cartográfico del país y mejor que las que tenía Carlos Moesta en el observatorio astronómico del Cerro Santa Lucía. El Ministro, que además de abogado era también agrimensor, comprendió todo de un golpe y con su reconocida sagacidad y sentido común de estadista, intentó disuadirlo con palabras que no nos han llegado, pero no difíciles de imaginar. ¿Supuso, tal vez, que aquella empresa era superior a la fuerza y a la capacidad de un joven formado en Chile? ¿No sería más provechoso para el país que su ingenio y entusiasmo juvenil los dedicara a la agrimensura? ¿O le dijo derechamente que no había dinero para una publicación que no encontraría interesados?
Por aquellos años Picarte era profesor de matemáticas en la Escuela Militar, donde enseñó hasta fines de 1856. Las clases eran diarias, de ``siete y media a nueve según la estación'', y había ejercicios en la tarde también. Todo indica que este joven de 26 años era un buen maestro. Domeyko, examinador de la Escuela Militar en ese ramo, informaba el 5 de Enero de 1856: ``He tomado parte el 13 de Diciembre en el examen de algebra de la Academia Militar y en general [quedé] muy satisfecho de la contestación de los alumnos, tanto por el método que se observa en la enseñanza del ramo como por las aplicación que muestran los alumnos''. El año siguiente repetía los elogios al profesor: ``[los exámenes] me han convencido que la enseñanza de las matemáticas en este establecimiento se hallan siempre en progreso y está confiada a profesores celosos por la instrucción e inteligentes''.20
Sin embargo la rutina de la docencia no se avenía con el carácter inquieto e inquisidor de Picarte; tampoco le atraía la práctica ingenieril de la agrimensura. Su pasión eran las matemáticas.
La pobreza bibliográfica, especialmente científica, era el gran vacío de la enseñanza en esos años. Gorbea en la dedicatoria de su traducción del Francoeur escribe: ``nada contribuye tanto a los rápidos progresos de una juventud ansiosa de saber, como la remoción de cuantos obstáculos puedan oponerse a ello'', siendo ``uno de los mayores la suma escasez en que nos hallamos de libros elementales que traten de las diferentes ramas que constituyen las ciencias exactas''.21
Procurarse libros o revistas de ``sabios modernos'' que trataran temas de matemáticas avanzadas más allá del Francoeur, era casi un imposible en el Chile de la época. La primera suscripción a una revista matemática -el Journal de Liouville- la propuso Domeyko recién en Diciembre de 1856.22 De modo que alguien, en estas tierras, y en tales circunstancias, para llegar a una ``invención'' matemática tenía que ser un verdadero genio. La duda de Varas para no apoyarlo parece razonable desde este punto de vista.
¿Qué llevó a Picarte a inventar sus tablas? Las tablas matemáticas, en sus diversas expresiones, representaban de alguna forma la expresión material gráfica, la prueba, el ``cálculo a la vista'', del poder de los números. Por aquellos días, la tablas eran una herramienta muy común de uso general para diversas actividades, desde el comercio hasta la agrimensura y la navegación. Eran populares la ``Cuentas hechas'', que incluían tablas de multiplicar, dividir, de interés, para los cambios (reducción de moneda inglesa o francesa a chilena y viceversa), tablas métricas de pesos y medidas, descuento, cambios, comisiones, etc. Pero a Picarte le interesaban las tablas mayores, aquellas de logaritmos o funciones difíciles de calcular. En efecto, el diseño y cálculo de una tabla matemática de este tipo es un asunto que requiere gran solidez en esta ciencia, y hasta esos días era cosa reservada a grandes calculistas y matemáticos europeos.
¿En qué consistían las que Picarte ideó? Sigamos el relato de su amigo:
``A fuerza de vigilias y contracción a esta ciencia [las matemáticas], vino a inventar una Tabla de División que reducía esta operación larga y penosa a una simple suma; una Tabla de Logaritmos mucho más perfecta que la de Lalande; una Tabla de partes proporcionales y unas tablas de multiplicación, que dan todos los productos de los números hasta 10.000.''Es bueno hacer notar, aún a costa de adelantarnos un poco al relato, la magnitud de este trabajo. Las tablas de Lalande eran por esos días las más populares existentes en el mundo, y estaban en el bolsillo de todo agrimensor, navegante, ingeniero. Tablas de división había pocas y servían para un rango de números muy pequeño. Había que inventar una, pues, que compitiera con las tablas de logaritmos de Lalande. La invención de las tablas -continúa su amigo- llenó de júbilo a Picarte, y ``arrebatado de entusiasmo'' las hizo examinar por personas versadas en matemáticas, obteniendo de ellos sólo una ``fría aprobación''. Intentó luego vender sus derechos de autor, en una módica suma, a personas que pudieran financiar su publicación y luego ponerlas en venta, pero nadie se aventuró en tal empresa. ``Ni de balde le habrían admitido su obra. En todas partes no hallaba Picarte más que desdén, indiferencia y cuando más, compasión en algunos.'' Fue entonces cuando se dirigió al gobierno en busca de apoyo financiero y las respuesta fue la misma: frialdad, indiferencia, incredulidad. ``¡Autor de una invención en las matemáticas un joven, cuando no lo fue ni Gorbea ni tantos maestros eximios envejecidos en la ciencia! ¡Que loca ilusión!''.
Así razonaban los contemporáneos de Picarte, y tal vez era justo que así pensaran. ¿Quién podría en Chile asegurar, con autoridad irrefutable, que las tablas del joven Picarte eran superiores a las tablas de Lalande, gran astrónomo francés? Hombres tan ilustres como el Ministro Varas, con una gran versación científica y matemática, no quisieron o no se atrevieron a dar su aprobación a Picarte. Tampoco había matemáticos que pudieran, sin titubear, pronunciarse sobre el proyecto.
Por otro lado, la obra de Picarte no encajaba en el proyecto de desarrollo nacional de la época, eminentemente práctico, que propiciaba el gobierno de Montt y del cual Varas era su Ministro del Interior. Por ejemplo, para los cálculos realizados por Pissis en el levantamiento de la carta geográfica del territorio nacional o los estudios astronómicos de Moesta, eran suficientes las tablas existentes importadas de Europa. En los planes del gobierno tampoco estaba el apoyo financiero a investigaciones científicas prescindibles en el corto plazo.
Un tercer factor que sin duda influyó en la falta de apoyo a Picarte, fué la presencia de aquellos ``sabios'' extranjeros contratados por el gobierno, que todo lo saben, frente a los cuales el logro de un connacional sólo produce confusión e incredulidad. ¡No puede ser, esto pertenece sólo a Europa! A los sabios europeos están reservados los descubrimientos científicos; nosotros limitémonos a utilizar sus resultados. Esta reflexión, que hoy, ciento cincuenta años después, nos parece propia de un escolar, estaba avalada nada menos que por el Director de la Escuela de Artes y Oficios de entonces, don Julio Jariez. Hablándole al Consejo de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas en 1852, decía:
``Lejos de mí el pensamiento de atacar en manera alguna las admirables teorías que con justo título forman el orgullo de los sabios europeos y que han ilustrado los Laplace, los Poisson y tantos otros. A estos genios maravillosos han sido reservados los grandes descubrimientos; a ellos pertenece el privilegio exclusivo de esos magníficos sistemas sobre el calor, la atracción, la electricidad, que sirven después de base a los sabios de segundo orden o a los prácticos para deducir de ellos las consecuencias útiles a la sociedad, a las artes y a la industria.'' (El subrayado es nuestro.)23Jariez era uno de los sabios europeos contratados por el Gobierno para introducir en el país ``conocimientos útiles'' y para desarrollar ``los infinitos recursos que presenta el estudio de las ciencias aplicadas e industriales''. En este campo su obra fué valiosa.
Aquella sensación de inferioridad de los chilenos frente a los extranjeros para crear y aplicar conocimientos, alcanzaba también a ``los altos puestos del Estado'' como lo denuncia un testigo ocular:
``No dudo un momento, que se niegue por muchos la competencia de los conocimientos de nuestros jóvenes que han abrazado en Chile la ingrata carrera de las ciencias, y sólo se esperen buenos resultados de los que bajo el cielo del Viejo Mundo han hecho sus estudios, desde que, la momomanía del genio ideal europeo y la incapacidad de nuestros compatriotas se han declarado desde los altos puestos del Estado.''24El justo balance de lo nacional con lo europeo no era sencillo de establecer. De hecho, más adelante en su mismo discurso, nuestro informante cae víctima de la ``monomanía del genio ideal europeo'': ``Protejamos y apoyemos positivamente las ciencias, que es el único medio de engrandecer a la Nación y a nosotros mismos: digo que es el único medio, porque así nos los manifiesta y aconseja la experiencia de la Nación Modelo''. La ``Nación Modelo'' era Francia, cuya cultura permeó casi todas las capas de la sociedad chilena en el siglo XIX: el ``afrancesamiento'' fue casi general.25
En este cuadro, no es sorprendente que Picarte, convencido del valor de su invento y tenaz como su padre, luego de su experiencia negativa con sus pares chilenos decidiera ir a buscar una validación de su obra a la ``Nación Modelo'' misma.